miércoles, 30 de noviembre de 2011

Perón en caricaturas. La mirada gorila

Breve, ágil y mordaz, la caricatura política expresa una línea ideológica tan clara -y a la vez siempre tan creativa- como un manifiesto o una proclama. Es que afinando el lápiz para los dibujos se cargan tintas sobre lo criticable que tiene todo régimen, y que no se reduce solamente a los presidentes o a los personajes destacables del momento: ensayan una visión de la realidad, un criterio de diferenciación política, que llega a ser también social y cultural. 
La caricatura política durante los años de gobierno de Juan Domingo Perón en Argentina (1946-1955) fue ejemplo de ello, y a través de esas manifestaciones -generalmente de un recuadro, y acompañado de pequeños diálogos-, se deja entrever la ironía, la mirada burlona y ridiculizante hacia ese sistema populista. Es decir, se construye una valoración subjetiva de quienes se critica, una representación de ellos. Justamente este lado de la caricatura política mueve estas líneas, aunque de seguro sin la soltura de quienes intentaron -mediante esbozos mejores que otros-, simbolizar un momento político: pensar en chanza. ¿O acaso mofarse de la política no es hacer política de veras? 

El peronismo se enrola en los movimientos nacionales y populares del siglo XX, cuya filiación ideológica contiene elementos diversos: van del socialismo, el nacionalismo económico, hasta la Doctrina Social de la Iglesia católica. Cuando asumió la presidencia en 1946, Juan Domingo Perón contaba con una breve pero intensa carrera política: sólo tres años antes había ingresado al gobierno de facto de ese entonces desde el relegado Departamento Nacional de Trabajo. 
En ese poco tiempo había alcanzado mucho: un ministerio renovado (la memorable «Secretaría de Trabajo y Previsión» con toda una obra legislativa en favor de los trabajadores), el apoyo incondicional de centrales sindicales, el ministerio de guerra y la vicepresidencia. Los sucesos del 17 de Octubre de 1945 (la movilización de los obreros a la Plaza de Mayo exigiendo el rescate de Perón, preso por una crisis de gobierno) le dieron un protagonismo único en el país por treinta años, hasta su muerte de 1974.

El peronismo tiene olor a grasa

Era lógico que su doble condición de militar y líder obrero fuera asociado inmediatamente a la experiencia nazi-fascista europea. O al menos eso fue lo recurrente en las caricaturas. Así, el dibujante Riva refleja aquel momento donde se evaluarían las cualidades políticas del flamante presidente. En una caricatura de la publicación «Cascabel» en 1946, aparece Perón iniciando un camino de dos sendas, cuyos nombres son «dictadura» y «democracia», sobre las que apoya esforzadamente un pie en cada una. «Por ahora vas bien» es el título, y tal parece ser el comentario del personaje de bigotes blancos -Hortensio Quijano-, el vicepresidente.  






Otras caricaturas evidencian el clima político del momento y se tiñen de una ironía muy particular, pues sus mensajes nos ponen «en sintonía» con el ánimo del dibujante. Tal es el caso de Flax, uno de los eminentes del humor gráfico en Argentina. Comentaremos apenas dos dibujos de él, ambos del lapso en que Perón estaba en campaña electoral para la presidencia. En el primer dibujo, dos hombres realizan una pintada partidaria; uno escribió «Perón» sobre una columna cuando debió pintar el apellido del candidato opositor, José Tamborini. En el otro dibujo, por su parte, aparecen dos hombres, uno de pie y el otro sentado en una silla de playa, en donde éste último informa que no trabaja más porque es «laborista». 




La mirada sutil de esas caricaturas nos muestra, primero, lo brutal del personaje de la pintada (había escrito «Perón» porque «Tamborini» era muy largo), asociado al nombre de la pared. Ésta relación brutalidad-peronismo aparecerá en varias caricaturas contrarias al régimen, como veremos más abajo. 
Y, en segundo término, el otro dibujo: aquí el ánimo burlón está centrado en el «laborista», que pasó de trabajador a legislador, es decir, a «no trabajar». Perón, precisamente, había sido el candidato del Partido Laborista (disuelto al poco tiempo). Y entonces la humorada del líder obrero que no hace trabajar a su gente es sugestivamente ideológica. En efecto, en ella se expresa lo nuevo como algo extraño o contrario a lo que se espera de un legislador. Los nuevos que ingresan a la política no pertenecen, en realidad, a ella. «Los laboristas no laboran», sería la paradoja. Y los «laboristas» eran peronistas. En una palabra: parásitos, desde esa interpretación sesgada.
Estas visiones hacia los peronistas como ellos, esto es, ser estereotipos de un grupo social y culturalmente distinto y distante, es notoria en la figura del «descamisado».  


Se tratata de una suerte de sans-culotte del peronismo, o al menos es lo que sugiere la caricatura de «Cascabel», donde dos personas «bien» comentan del siniestro personaje que enarbola una camisa, cuchillo en mano:  

«-Y esa bandera, ¿a qué Estado representa? 
-Al estado de sitio.»  

Ellos son brutales, feos e ignorantes en las caricaturas. «Invadieron» la casa y la tomaron, como el cuento que Julio Cortázar escribe para la misma época: «Casa tomada».

La zanahoria peronista

Las imágenes del peronismo en las caricaturas de los años '40 y '50 fueron desglosando los aspectos del régimen más irritables para los grupos críticos al gobierno. En el caso de los socialistas, desde la publicación «La Vanguardia» -censurada y después editada en Uruguay a partir de 1951-, fueron comunes las que denunciaban la falta de mérito del peronismo como propuesta obrera. 
Así, en la titulada «Viejo truco», un burro hipnotizado y atolondrado persigue una zanahoria -atada al extremo de un palo que tiene en su lomo-, sin notar que se dirige hacia un barranco donde una fiera, sigilosa, sale de su cueva a esperar la presa. El autor se llamó José Antonio Ginzo (1900-¿?), y usaba el seudónimo de Tristán. La caricatura tiene inscripciones bien precisas: «trabajadores incoscientes» sobre el burro, «promesas» cerca de la zanahoria, y cruces esvásticas en el cuerpo de la fiera. No está aquí la ironía de Flax, sino más bien una alegoría al fenómeno de masas que venía gestándose en Argentina, cargado de una impronta ideológica de denuncia: el obrerismo peronista es una trampa.


Podemos destacar dos aspectos de esa construcción, a través de los dibujos de los animales. Primero, el burro: animal que socialmente se asocia a la torpeza, lo bestial e irracional, y que aquí refiere a los trabajadores. Justamente era un argumento de los socialistas la demagogia que Perón ejercía sobre los migrantes internos, sin representación política ni militancia sindical alguna. Nada de conceptos como «lucha de clases» o «internacionalismo proletario» en ellos : simplemente son «inconscientes» que se dejan engañar con «promesas» del gobierno. Y lo segundo, la fiera nazi, es decir, el viejo truco que había resultado con los obreros de la Alemania de Hitler, luego de la frustrante experiencia en la república de Weimar. (La acusación al peronismo como régimen «nazi-fascista» fue común en todo el arco político opositor del momento) 


¡ BIBA LA ALPARGATA !


En varios dibujos se tocó también el otro tema sobre el que pesaron las críticas al gobierno peronista: la falta de libertad de pensamiento, en especial en el ámbito universitario. En efecto, en «Alpargatas sí, libros no» Tristán alude nuevamente a una categorización ideológica del régimen, utilizando el recurso de las inscripciones y de determinadas referencias dibujadas. Por ejemplo, el personaje semi-humano, con orejas de burro y lentes con esvásticas, que hojea un manual de doctrina peronista, pisoteando la ley; los retratos de Perón y Evita (el primero esquematizado en algo parecido a una boca de pato, y la segunda con atuendos de reina).  
En cuanto a las inscripciones que aparecen, algunas eran de uso oficial en la radio e integraban la propaganda oficial («Perón cumple. Evita dignifica»). Otras reflejan el clima de prejuicios del momento: «Haga patria, mate un estudiante» -por ejemplo-, junto a la consigna antinómica que da título a la caricatura («¡Alpargatas sí, libros no!»). 
Casualmente -o nada casualmente- hallamos otra caricatura con el mismo título, publicada en «Antinazi» -todo un sello ideológico-, donde los recursos son más irónicos: en una vidriera se exponen «libros», que son en realidad botas, alpargatas estropeadas y pies desnudos y peludos, con los nombres de algunos literatos y ensayistas nacionalistas del momento, a la sazón, afines al peronismo para el dibujante (Manuel Gálvez, Pedro Echagüe, Carlos Ibarguren, Gustavo Martínez Zuviría). La desopilante «librería» lleva el logotipo de un pie con una pluma entre los dedos. 


Ciertamente, el valor de la cultura letrada fue el rasgo que pretendía «separar aguas» entre lo peronista y lo no-peronista. Era una distinción no sólo política sino también cultural que, al estilo del pensador Domingo Faustino Sarmiento, buscaba revalidar la antinomia de la «civilización» y la «barbarie», provenientes del planteo ideológico liberal del siglo XIX. Para Sarmiento el primer concepto equivalía al «progreso», y abarcaba una serie de medidas liberales (fortalecimiento de la autoridad estatal, apertura al mercado externo, inversiones extranjeras, inmigración, secularización, entre otras). La «barbarie» era, por el contrario, el «atraso», que culturalmente se presentaba como «lo hispánico»: el caudillismo rural, el fetichismo religioso, la vida monótona que se desenvolvía en el «desierto». Es en el peronismo donde reaparece ahora, para los caricaturistas, la «barbarie». En efecto, fue siguiendo esa línea que Tristán anotó en el anterior dibujo, sobre el lomo de su personaje, « !Biba Rosas¡ » -con errores de ortografía y los signos de exclamación mal ubicados-, para destacar la filiación histórica del peronismo (de la que no renegaron -ni reniegan- los peronistas): los tiempos de Juan Manuel de Rosas, caudillo y gobernador de la provincia de Buenos Aires, que manejó el poder entre 1829 y 1852, apelando incluso a una dictadura plesbiscitaria. 
Las otras caricaturas que refieren a la falta de libertades bajo el peronismo son de Oski y Tristán. La primera apareció en la publicación «Cascabel», y refleja el ambiente común durante los años '45 y '46 de las ocupaciones estudiantiles en las universidades.  


Allí, un hombre que lee un libro en su balcón arroja a la cabeza de un vigilante un pan, éste rebota y va a parar a las manos de una señora, que lo recibe un piso arriba. Abajo y arriba de los personajes hay inscripciones que aluden a Perón: «Muera el que te dije». 
La de Tristán muestra a un Perón representado como jinete militar, con laureles en la cabeza, mirada dura y distintivos nazis. Tiene también una lanza con una cruz en un extremo, y está arremetiendo a tres mujeres que intentan detenerlo. Son ellas «universidad», «libertad sindical» y «prensa libre». A un lado yace moribunda otra mujer («ley 1420»), que simboliza la ley de educación gratuita, obligatoria y laica sancionada en 1882. La fuerza, lo clerical y lo nazi de un lado; las libertades individuales, del otro. 


Pese a esta interpretación típicamente decimonónica -donde el «enemigo de las ideas» era el clero- tiempo después, y previo al golpe de estado contra Perón en 1955, sería la Iglesia Católica la que algutinaría a todo el arco anti-peronista, cuando las relaciones con el estado se rompieron de manera irreconciliable. Socialistas, comunistas y católicos desfilaron juntos en ese momento contra el peronismo. 
Para completar la paradoja, digamos que si bien durante los años del peronismo «clásico» (1946-1955) los universitarios fueron opositores al régimen, será ese mismo ámbito el que dará origen, al calor de los convulsionados '60 y '70, a una nueva generación que levantará consignas populistas y revolucionarias en torno al '73, esto es, cuando el retorno de Perón a Argentina luego de dieciocho años de proscripción y exilio. 

Perón cumple a medias

Los modelos económicos ensayados bajo la administración peronista también recibieron la mirada caricaturesca. No había pasado mucho tiempo del estreno en Argentina de la planificación estatal (los primeros planes datan de los años '30); y fue con la asunción de Perón que esta preocupación adquirió una precisión temporal: los planes debían ser «quinquenales». Así, existieron dos planes quinquenales entre los años 1946-1955, profusamente difundidos por los medios oficiales. El primero tuvo un marcado signo industrialista, con una fuerte intervención del estado como empresario. Fueron los años dorados del peronismo, con una redistribución de las riquezas -acumuladas durante la Segunda Guerra Mundial- en favor de los sectores populares. El segundo plan quinquenal, en cambio, fue más austero y volvió a darle importancia a las producciones tradicionales (agro-ganaderas), a la vez que demostró los límites de la industrialización sustitutiva, demasiado dependiente de los insumos importados, con subsidios que eliminaban la competencia y, por tanto, la modernización tecnológica. 

Es nuevamente Tristán el que nos muestra una visión del tema en «La Vanguardia»: Perón, de pie sobre el coche presidencial y secundado por una escolta de motos, transita por una avenida de fachadas industriales donde cuelgan carteles de «Perón cumple».

 
Por detrás de estas hay vacas y campos abiertos; incluso, en un costado, se ve a un hombre que introduce troncos en un fogón para crear humo en la chimenea, y simular la marcha de la «fábrica».

El mismo Tristán también nos anuncia el final de la euforia económica para el régimen: el Perón de laureles en la cabeza está ahora ordeñado una vaca que lleva la inscripción «1947», al tiempo que se vienen otras notoriamente flacas de los años sucesivos.
Otras dos caricaturas aparecidas en «Cascabel» refieren humorísticamente los problemas de abastecimiento: en la primera de ellas aparecen personajes de galera y cigarros que observan desde un telescopio los productos de primera necesidad; en la otra, un inmigrante comenta que se fue de su país por la escasez de comida, mientras aguarda obtener papas en una larga fila. 


"-Sí, nos vinimos de Italia porque allí escaseaba la comida."
 
Es que hubo improvisación y mala suerte en los efectos de los planes peronistas. Por un lado, los aumentos salariales intensificaron explosivamente el consumo, lo que produjo desabastecimiento. A su vez, desde el año '49 y hasta el '53 una prolongada sequía redujo la producción agraria y las exportaciones, con las consecuencias para los productos de consumo masivo (donde llegó a ofrecerse hasta pan negro en los comercios). De modo que la alusión de Tristán a la fachada industrial puede servirnos para simplificar -exageradamente- la cuestión: en Argentina, el capitalismo agrario-dependiente siempre estuvo por detrás de la industria.  
Como corolario de este tema, y con el tono satírico de las caricaturas de la época, nada mejor que la particular «opinión» de Cesar Bruto, en un personaje imposible: un chabacano, vestido con sobretodo y bastón, anotando sus impresiones sobre los precios en un estilo ridículo. Un grasita con lenguaje tilingo (para los no habituados a los argentinismos: alguien vulgar que se expresa en forma extravagante).
 
Esta fragmentaria muestra, y sus comentarios, no pretende agotar el tema, sino abrir un panorama vastísimo para el análisis de la caricatura política y sus relaciones con las imágenes sociales durante el peronismo. A la vez, nos invita a agradecer aquellos dibujantes que, bajo censura, se tomaron la libertad de jugar con caricaturas (Pero jugar en serio).
 

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