lunes, 19 de marzo de 2012

La historia a contrapelo. Charla con Norberto Galasso


Frontal, ameno en la escritura y en la conversación, Norberto Galasso (1936) es un atento lector de la realidad del país y no sólo de su pasado. A fin de cuentas, toda historia es historia presente. Y Galasso es uno de los investigadores con más prestigio en los ámbitos académicos y bibliográficos progresistas y de izquierda. Fue amigo de Arturo Jauretche, a quien considera uno de sus maestros como pensador nacional y desmitificador de la visión liberal eurocéntrica de la clase dominante, así como de los sectores de medio pelo. Como biógrafo Galasso ha sondeado también la vida de eminentes personalidades del quehacer político e intelectual argentino. Así, Manuel Ugarte, Enrique Santos Discépolo, John William Cooke, Juan Domingo Perón y Raúl Scalabrini Ortiz figuran, entre otros, en su obra erudita. Sostiene una mirada de nuestra historia ligada a Latinoamérica, y a la búsqueda de un proyecto que nos encuentre como nación. "Construir el gran frente de liberación nacional" es el título que firma en su columna de la revista "Desafíos", año 1, número 1. A sus casi setenta años, Norberto Galasso entiende que muchas cosas están por hacerse, y un prudente optimismo anima su postura. Lo que sigue es una charla con historias, propias y compartidas con los demás argentinos, recónditas y aún vigentes. Lo que sigue es la crónica de una charla, inconclusa como la propia historia.


De puño y letra


Norberto Galasso nos recibe al pie de un altillo. Allí, donde funcionaba su estudio contable, ahora hay anaqueles cubiertos de libros, algunos antiguos, otros no tanto, una lámina de Ricardo Carpani enmarcada en una de las paredes - "un obsequio de Doris Halpin" dice -, otros pocos adornos pequeños junto a un escritorio amplio y robusto, de madera, que recibe la claridad de una ventana ofreciendo un pedazo de cielo y donde se apoyan varios libros y revistas: a un lado, algunos tomos rojinegros de la "Historia Argentina" de José María Rosa; cerca, un artículo sobre la Asamblea de 1813 de la revista "Todo es Historia" y, de frente, un libro abierto. La lectura del capítulo "La Junta de Mayo y su accionar sobre las Islas Malvinas" tiene un intervalo. Un reloj en la pared y un teléfono, que cada tanto suena, conectan al presente a quien se detenga ante la profusa biblioteca. Es que pareciera que toda la historia argentina estuviera ahí, entre las páginas y renglones de los libros. La historia escrita. Galasso ha podido trazar su versión de las cosas a lo largo de más cuatro décadas, a puño y letra, "contra la corriente" como gusta decir. Ahora invita y nos sentamos. Apoya los codos en el escritorio, sereno, y aguarda la luz roja del recorder. Unos segundos; quietud. La palabra se hace conversación.
- ¿Cómo surgió su inquietud por la historia?
- Yo pertenezco a una familia de clase media. Nací en el año 1936. Quiere decir que mi adolescencia la viví bajo el peronismo: Perón llega al gobierno cuando tengo 9, 10 años, y cae cuando tengo 19. Y traigo una doble influencia desde ese momento. La de mi viejo que, de joven, era socialista y después se hizo peronista; y la familia de mi mamá donde eran casi todos maestros con algunos socialistas, algún que otro anarquista, la mayor parte radicales. Mi vieja era radical. Entonces estaba bajo esa doble influencia. Cuando tengo 18, 19 años empiezo a inquietarme por leer algunas cosas, teóricas, de cuestiones sociales especialmente, y me acerco a gente que estaba ligada al Partido Socialista en aquel tiempo. Lo hago por lo que iba leyendo, sin afiliarme ni militar realmente pero sí con cierto influjo en el sentido de asistir a centros socialistas y cosas así. Y esta búsqueda de una definición política me lleva a retrotraerme a los orígenes, a tratar de explicarme qué cuernos estaba haciendo yo aquí, qué era Argentina. Entonces hago uno de los cursos de verano que había en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires durante el año '60, y después me pongo a leer historia, no porque me interesase la disciplina desde el punto de vista de que fuera a ser docente - yo estudiaba económicas -, ni con una finalidad de interés por lo pasado sino, digamos, para tratar de clarificarme un poco qué era la Argentina.
- Como autodidacta.
-Sí. Empecé a leer con cierto orden al principio. En la secundaria había sido un buen alumno; era medio "traga" [risas]. Entonces, luego de empaparme en las cosas elmentales de Argentina (cuánta población, qué tipos de climas y cosas así), a partir de ahí empecé a leer desde la Revolución de Mayo en adelante. En ese camino estaba, ya durante 1963, todavía no tenía 30 años, cuando doy con el "Plan de Operaciones" de Mariano Moreno, por ejemplo, que en la "historia oficial" normalmente no aparecía.
No es casual que haya sido el "Plan de Operaciones" de Mariano Moreno una fuerte presencia en Galasso para leer nuestra historia a contrapelo de la verdad instalada por Bartolomé Mitre. En efecto, aquel documento había sido redactado en agosto de 1810 a pedido de la Primera Junta, pero fue encontrado lejos y mucho tiempo después (más precisamente en Sevilla, durante 1898, y por pura casualidad). Para ese entonces ya existía la "historia oficial" que menciona Galasso, pero la polémica se extendió por varios años. El propio Mitre, y sus seguidores después, descalificaron la autenticidad del "Plan". Es que Mariano Moreno ya tenía su sitial de liberal moderado en el panteón construido por la "historia oficial", donde la Revolución de Mayo era relatada como un movimiento incruento. El "Plan de Operaciones" ponía la sangre que tanto resistía contar la "historia oficial". En los considerandos, Moreno escribió:
"Los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos". (Mariano Moreno, Plan Revolucionario de Operaciones, Buenos Aires, Plus Ultra, 1975, pág. 10)
Este interesantísimo documento permitió reinterpretar la Revolución de Mayo como proceso, y a su actor principal como político. La historia tiene, también, su "historia". "Todo es irreal, menos la revolución" escribió Lenin. Galasso, más mesurado, continúa:

- También tomé contacto en esa época con Arturo Jauretche y Abelardo Ramos, con Juan José Hernández Arregui y Rodolfo Puiggrós [N. de R.: intelectuales argentinos críticos de la izquierda vernácula, y precursores de un socialismo criollo o nacional]. Los leo y con algunos de ellos comienzo a tener una vinculación personal. Ramos me edita un ensayito que había hecho sobre Mariano Moreno en el año '63. Y sigo las campañas de Jauretche del '61 cuando era candidato a senador, que fueron para mí muy enriquecedoras en el sentido de lo que Jauretche llamaba desazonzar a la gente. Yo me fui desazonzando de muchas cosas. De allí empecé a entender que tenía importancia una lucha en el campo de las ideas. Entonces entré a militar políticamente; lo hice un tiempo con Ramos en el Partido Socialista de Izquierda Nacional, que fue una experiencia importante en cuanto a acceder a determinadas explicaciones o tesis, aunque frustante en lo político porque el partido no tuvo demasiada importancia, y además terminamos en una especie de reyerta en el '70. En ese año me separé del partido, pero todo lo que había aprendido de ellos me indicaba que podía ser importante cuestionar las ideas dominantes. Ese asunto venía de las viejas enseñanzas de Carlos Marx: las ideas dominantes de una sociedad son las ideas de la clase dominante, y las armas de la crítica, la crítica de las armas. Yo no participé en la crítica de las armas pero sí participé, lo más que pude, en hacer una crítica a la "historia oficial", a cuestiones de estructura digamos. Y por ahí se fue encarrilando la cosa.



Mientras conversa sostiene la mirada casi sin parpadear, como quien confía una verdad a alguien. Galasso repasa algunos momentos de la historia personal que fue llevándolo hacia aquella otra que buscó comprender el país de manera no tradicional y, sobre todo, transformarlo. En el Manifiesto de fundación del Partido Socialista de Izquierda Nacional de 1962 se aprecian aquellas intenciones que movieron al casi treintañero Galasso hacia la militancia y el compromiso político:
"Surgidos a la vida histórica como factoría inglesa exportadora, la crisis del imperialismo nos permitió industrializarnos. La expresión política de ese intento fue el 45 y el peronismo. Su derrocamiento fue la señal de la parálisis, lo que debe llevarnos a la conclusión de que no habrá para nuestro país, ni para ninguna otra semicolonia del siglo XX, otro camino para industrializarse que no sea la revolución. [...] ¿Qué clase dirigirá el proceso? Nosotros creemos que lo hará el pueblo argentino, con su clase obrera al frente, verdadera personificación de toda su historia. Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el socialismo revolucionario es el nuevo movimiento para las viejas tareas irresueltas que América latina reclama." (Izquierda Nacional, nº 1, noviembre de 1962)



- Entender el pasado para entender el presente.
- Y especialmente de qué modo resolver lo pendiente del presente y modificarlo por algo distinto - responde Galasso, hoy -.


Por las calles de la escritura


-¿Qué recuerdos tiene de su primera publicación?
- La primera publicación, como siempre ocurre, hay que pagarla. Era una editorial casera y con escasos recursos. En esos momentos ya estaba ejerciendo como contador, no me había casado todavía, no tenía solvencia económica, vivía en la casa de mis viejos. Y bueno, contribuí para que "Mariano Moreno y la Revolución Nacional" saliese. Fue una obra con bastantes errores. Últimamente la corregí e hice otro libro, "Mariano Moreno y el grito del Sud", más completo. Y en aquel tiempo lo que hice fue una investigación sobre Enrique Santos Discépolo, que alguna gente - incluso Ramos, que era un tipo con vocación por lo popular - le pareció medio extraño eso de pasar de Moreno a Discépolo. Discépolo estaba ligado a mi familia porque mis tíos maternos eran compositores de tangos. Entonces conocía bastantes cosas que ellos contaban, de SADAIC, de Discépolo. Y, a su vez, las charlas de Discépolo por la radio, cuando él apoya al peronismo en el '51, habían dado lugar a discusiones muy fuertes en mi casa: mi viejo que lo defendía, y mis tíos que eran amigos personales de Discépolo pero no estaban de acuerdo con esta definición a favor del peronismo. Entonces hice una investigación, y de eso salió "Discépolo y su época" en el '66 de la editorial Jorge Álvarez, cuando estaba en su esplendor. Y bueno, ahí, ya la cosa empezó a tomar un aspecto más serio porque no había mucho sobre el tema. El único trabajo sobre Discépolo que había en ese momento era "Discepolín" que habían escrito Horacio Ferrer y Luis Sierra, que omitía toda referencia política, es decir el compromiso político de Discépolo que en realidad es el que lo lleva a la muerte. Bastante livianito ese libro. Ferrer, últimamente, me mandó una reedición del año pasado donde agrega - ya muerto Sierra, el más "gorila" [risas] - una serie de reflexiones sobre la definición política de Enrique Santos Discépolo. Yo planteé en aquel momento, 1966, que a mi juicio algunas obras firmadas por Armando eran de Enrique. Precisamente las obras más importantes, que son fundamentales en el teatro argentino como "Stéfano" y "Mateo" por ejemplo. Recientemente, hace un año y medio, con un amigo hicimos un trabajo que se llama "Fratelanza": quiere decir "hermano punga". Y planteamos este tema: el robo de la autoría del hermano mayor con respecto a Enrique.




Enrique Santos Discépolo

- Es adrede en su escritura el género biográfico.
- Sí, en algunos casos nació por inquietudes políticas. En el caso de Discépolo yo me encontraba casi identificado, ahora no tanto, pero en aquel tiempo quizá había demasiada consustanciación. Como todo hombre de clase media en la Argentina, yo he hecho versos en mi época [risas]. Era una especie de lirismo: soñar un mundo sin luchas, con alegría, con equidad, igualitarismo. Todo esto más o menos venía del anarquismo confuso que tenía Discépolo, que nunca fue un militante político, y que él lo encuentra después en el peronismo cuando ve que realiza una serie de avances sociales importantes. Yo ya había llegado a esas conclusiones en todo ese período de estudio, de reflexiones y de concurrencia a actos. Y bueno, después del libro de Discépolo hice un trabajo de mayor aliento que fue una biografía de Raúl Scalabrini Ortiz, de 700 páginas más o menos. La hice yendo a trabajar directamente en el archivo y la biblioteca de Scalabrini.


- ¿Recuerda la motivación especial que lo llevó a Scalabrini?
- Lo de Scalabrini surgió un poco, digamos, de mi relación que en ese momento tenía con el grupo de Ramos, donde había una fuerte consideración hacia Scalabrini, Jauretche, Hernández Arregui. De ellos estaba muerto sólo Scalabrini. Y yo intenté ver si la familia me dejaba acceder a la biblioteca: se portó de modo extraordinario porque yo iba tres veces por semana a la estación Borges, que en aquel tiempo era una estación clausurada, donde ahora pasa el Tren de la Costa creo. Alberdi 164. Ahí, la viuda de Scalabrini me atendía, me servía un té a la tarde, y yo iba con un grabador, una máquina y trabajaba en la biblioteca. 700 páginas. Un sacrificio, un calvario poder publicarlo por Malbru, que era una editorial que tenía el "Colorado" Ramos con muchas dificultades. Pero bueno, salió; era bastante minucioso.
"Una idea central recorre este libro: la afirmación de que nuestro país debe emprender la reconquista de lo elemental, purgarse de sabidurías, terminar con los lugares comunes de la moral europea y lo contratado en sociedades vetustas y desarrollar esa semilla de cultura que, entre los escombros del pasado, puja por ser presente. Esta es la tierra de la elementalidad de la cual ha de salir un hombre nuevo y una gran cultura. Así, más allá de elucubraciones metafísicas e hipótesis sociológicas demasiado aventuradas, Scalabrini viene a hablar de lo nuestro, a bucear en nuestros sentimientos no con el complejo de inferioridad que apresa por entonces al resto de sus colegas literatos, sino con una insólita fe en lo argentino, necesaria en tanto seamos un país semicolonial y positiva como punto de partida de toda lucha antiimperialista."(Norberto Galasso, Scalabrini Ortiz, Cuadernos de Crisis, Buenos Aires, 1975, página 10)


- A mí me llamó mucho la atención la figura de él como un verdadero asceta, un sacerdote de la política, un místico. Un tipo que murió sin ser dueño de la casa donde vivía. Siempre alquilando, siempre sin un mango, con cinco hijos a cuestas pero con una integridad extraordinaria. Ahí en la biblioteca estaba el aviso, un aviso del diario La Prensa del año '42 donde Scalabrini se ofrecía a trabajar como asesor de una empresa. Dice todo lo que ha hecho él, que ha recorrido el mundo, ha traducido, que ha tenido premios municipales, que es agrimensor y conoce temas de economía, y que estaba dispuesto a trabajar "para una empresa que sea de capital nacional" consigna el aviso. No para una empresa extranjera... Y bueno eso... Una biografía tiende un poco a que uno se identifique con la figura y a darle la mayor calidez posible. En Scalabrini había una identificación de tipo ético, es decir de esas cosas que uno se asombra. No habíamos llegado al nivel de corrupción de las últimas décadas, pero igualmente llamaba la atención un tipo con esas características. Jauretche también colaboró bastante en eso.
Raúl Scalabrini Ortiz


-¿Cómo era Arturo Jauretche en la intimidad?
- Jauretche era un tipo al principio bastante difícil. Era un tanto huraño, tenía la voz así, medio de compadre, serio. Claro, él venía desde hacía años luchando contra la corriente. Siempre que hacía un acto no se lo publicaban, o los reportajes por ahí aparecían mutilados. Estaba en alerta contra los periodistas, contra todo el mundo de los medios de comunicación. Un tipo de pelea: andaba siempre con el cuchillito bajo el saco.
Arturo Jauretche
- ¿Ah sí?
-Sí, sí. Una de las últimas anécdotas de Jauretche me la contaron después que falleció. Él falleció el 25 de Mayo del '74. Sucedió en el café de Córdoba y Esmeralda, que llamaban el "Castelar Chico" porque el "Castelar Grande" era el de Avenida de Mayo. Un mozo me contó que estaba Jauretche ahí un día. Iba a fumar, escapándole a la mujer. Tenía un cigarrillo y un café. Y a un señor que estaba en la mesa de al lado, un chico le manchó las medias lustrándole los zapatos. El tipo lo agarró del pelo al chico, lo sacudió y lo insultó: "mirá lo que hiciste, negro de porquería". Jauretche en ese momento tenía 73 años, estaba obeso, había estado internado hacía poco en el Hospital Otamendi.
Así y todo se levantó a los gritos y le dijo "hijo'e puta, te voy a enseñar a respetar a la gente". Le tiró un trompazo, erró y cayó sobre el hombre, sobre una mesa, los pocillos por el suelo, un escándalo. El mozo me dijo que al día siguiente Jauretche volvió a pedir disculpas. Yo le pregunté a la viuda y me contestó que sí, que eso había pasado. "Me peleé en el café" dijo. "Pero Arturo - le decía la mujer - a tus años, una figura como vos haciendo escándalo en el café...". Y él respondió: "¿Sabés lo que pasa, Clarita? Yo no puedo resistir la injusticia..." Esa anécdota fue un resumen de la vida de Jauretche.


Galasso ha quedado unos momentos en silencio después del relato. De su mirada ahora pende un hilo de nostalgia. Las rueditas del cassette siguen girando. El silencio no calla. Nuevamente la palabra, como los oleajes, rompe esa profunda quietud.


- Cuando se entraba en relación con él era franco, un tipo de una mirada muy cristalina, que "se le veía el alma" diríamos. Y un gran conversador, que conocía la Argentina de punta a punta. Pero al principio, medio difícil. Era cuestión de acercarse a él. Cuando le alcancé el libro de Discépolo, le pareció medio extraño. "¿Discépolo?" decía. Pero cuando vio que había una estadística de suicidios, que los tangos de Discépolo coincidían con la desesperanza, ya que en ese momento había casi dos suicidios consumados por día en la Capital Federal, que junto a los no consumados eran tres o cuatro por día (una cosa tremenda de ese año '32), entonces le gustó el libro. Así, en una charla sobre Discépolo, él salió a hacerse lucir con el libro ante Julián Centeya, quien evitaba también hacer referencia a "Mordisquito" [N. de R.: Discépolo se dirigía en sus intervenciones radiales, plenamente favorables al régimen peronista, a un personaje "contrera" llamado "Mordisquito"]. Entonces Jauretche le dijo "vos también metés el perro, Julián. Vos, que sos un hombre vivo, te lo tengo que decir yo, que soy apenas un gil que se avivó", haciendo referencia a esa cuestión. Un tipo lleno de anécdotas, alguien sensacional.




Viva Perón, un grito de varios corazones


El peronismo como génesis. Galasso arranca la conversación ubicándose en aquella época. A lo largo de la charla aparecen otras referencias después, de refilón, y el tema es un sutil barniz de época. Sin duda, el peronismo es una divisoria de aguas inexcusable en nuestro pasado y en la actualidad. País peronista: como la flor que deja semillas para, después, volver a ser flor, el peronismo siempre vuelve, con sus múltiples trajes y corazones, sus discursos y máscaras. Acaso porque su naturaleza profunda sea, ni más ni menos, el poder.
- ¿Cuál su definición personal de peronismo?
- El peronismo es un movimiento nacional, como tantos otros que hubo en América Latina. Por ahí desde la universidad a veces se solucionan estos problemas con una actitud desdeñosa, calificándolos de "populismo". Yo creo que el pueblo se expresa como puede. Cuando no existen intelectuales ni soluciones partidarias que puedan encausar las luchas populares, el pueblo se expresa inorgánicamente como la montonera, en frentes muy amplios y muy contradictorios, - incluso el mismo caso cubano fue también un frente contradictorio- , con distintas líneas internas, con jefes populares como hoy sería Chávez por ejemplo, y como en su momento lo fueron Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón. Un movimiento nacional de liberación que en países que han sido siempre víctimas del saqueo imperialista, las víctimas principales del saqueo son los sectores populares. Esos sectores a veces se levantan y avanzan, como el yrigoyenismo que prácticamente incorporó la clase media a la sociedad, a la política y a la cultura, y como el peronismo que fue la aparición de los trabajadores. Y con todas las características contradictorias que tiene el peronismo, al igual que el Movimiento Nacionalista Revolucionario boliviano por ejemplo, donde a veces aparecen dirigidos por tipos que vacían totalmente y arrían las viejas banderas, las arrastran y hacen todo lo contrario de lo que hicieron años anteriores. Paz Estenssoro en los últimos años ya era la derecha del espectro político boliviano. Pero creo que es un fenómeno típico de los países del Tercer Mundo, que hay que tratar de entenderlos no con las categorías que Marx manejaba para comprender la Europa de su tiempo. Hay que agregarle a Lenin, a Trotsky, a Mao, al Che, a Mariátegui, a Ugarte. No es fácil, pero se puede uno acercar. Son movimientos que tienen características muy particulares, que se actualizan históricamente. Hay gente que juzga el peronismo solamente por López Rega. Hay que juzgarlo también por el fenómeno de que los trabajadores, del '45 en adelante, desde hace 60 años, son peronistas. Quiere decir que la justificación importante está en su vida concreta. No es una cuestión de palabrerío.
- Un movimiento con sus "malditos" también como John William Cooke, alguien no tan reconocido en el panteón peronista como Jauretche, ¿verdad?
-Sí. Yo hice una biografía de Cooke, y la reedición la presentamos en diciembre pasado. En lo de Las Madres terminamos un ciclo sobre "Los Malditos" en dos tomos, que hicimos con un grupo de unos quince compañeros, profesores de historia algunos, otros no, donde sacamos el caso de Cooke, el de Gustavo Rearte que ha sido importante en el peronismo también, el caso de Felipe Vallese que sería el primer desaparecido y que nunca se difundió, dirigente gremial desaparecido, y otras figuras como Carrillo por ejemplo, a quien nunca se le dio la importancia que tuvo en salud pública.


Los trabajos acerca del peronismo son numerosos, variados, de distintas dimensiones y alcances. El tema parece una cantera inagotable. La editorial Colihue ha sacado en 2005 "Perón" de Norberto Galasso, una biografía organizada en dos tomos, con más de 1300 páginas en conjunto, 95 ilustraciones y reproducciones gráficas de época. Semejante producción reviste, sin embargo, una vía de acceso particular al asunto.
-¿Qué preguntas busca responder en su última obra, "Perón"?
-En el prólogo insisto bastante en que a mí me interesaba hacer un saldo biográfico sobre Perón desde la perspectiva de los trabajadores, aún no siendo yo un trabajador. Esto requiere una explicación. Las clases sociales tienen sus mitos, sus valores, a veces de una manera antagónica. Normalmente la gente de clase media como yo, los profesionales, no conocerían qué es la comisión interna de una fábrica. La importancia de que ésta funcione o no, o lo relevante de la obra social de un sindicato a mí no me interesaba porque yo tenía los médicos del barrio. Esos fenómenos me dan a entender que hay sectores de la clase media que no le dan importancia a cosas que son hasta elementales, como por ejemplo que un hombre o una mujer que trabaja en una fábrica no tenga problema si tiene que ir al baño dos o tres veces durante la jornada. Esto el hombre de la clase media ni lo supone porque normalmente va a al baño cuando se le canta, y si está en un empleo público sale a comer, bueno, tiene sus limitaciones, pero dentro de ellas es respetable. El trabajador no. Siempre no. Siempre permanece en un estado de sometimiento, salvo algunos períodos como los de las comisiones internas de fábricas donde los tribunales de trabajo fallaban a favor de los trabajadores. A mí se me planteó una contradicción a los 20 años cuando comencé toda esta historia. Yo leía textos de socialismo, a tres cuadras tenía la empresa Royal, y entendía que los obreros tenían que ser socialistas porque los libros decían eso. La realidad decía que eran todos peronistas, y que los socialistas no tenían obreros. A raíz de esto comencé a tener una vinculación, muy fraternal en algunos casos, con algunos dirigentes gremiales, de los mejores que por suerte tuvo el país como Sebastián Borro por ejemplo, o Avelino Fernández. Con Avelino nos citábamos en un café, acá a dos cuadras, y tratábamos de hacer una lista para ganarle las elecciones a Lorenzo Miguel. Cosa bastante difícil porque por ahí ganábamos la elección en una fábrica y su dueño echaba al delegado nuestro, porque estaba en combinación con Lorenzo. Era una lucha muy desigual. Pero estas cosas uno las aprende en el trato. Avelino dejaba dicho en el contestador "disculpemé don Norberto que lo moleste, si tiene tiempo desearía..." Una actitud de respeto, no? Son cosas del hombre de trabajo que valora el tiempo de uno, y posee una mayor solidaridad frente a los problemas. Yo lo he visto a Avelino cuando echaban a un delegado, en la época en que no había lugar a ninguna defensa, y el tipo se quedaba sin laburo. Y él, que era de la lista opositora a Miguel, decía "no puedo darle laburo". Por culpa de él el tipo quedaba sin laburo, y la familia quedaba con problemas. Al final, a veces hacían una vaquita, le tiraban unos mangos pero no era esa la solución. Entonces al ver eso, era algo muy distinto al individualismo que yo observé en mi profesión, entre los contadores, donde si uno daba un paso en falso le sacaban un cliente, o la obsesión del éxito económico, la chantada de que "me cambié el auto" y esas cosas. Murió Avelino donde vivía, allá en la avenida Cadorna de Wilde, a unas doce cuadras al sur, en un barrio de la carne, un chalecito. Y era un tipo que había manejado la guita de la UOM. [N. de R.: Sindicato de los obreros metalúrgicos de Argentina] Por eso uno a veces se indigna cuando hablan de los sindicalistas como si todos fueran Luis Barrionuevo o Armando Cavalieri [N. de R.: sindicalistas burócratas cercanos al menemismo y al duhaldismo en su momento]. Avelino Fernández, o Ferrarese del sindicato de la farmacia, o Armando Cabo a quien también conocí de cerca. Bueno, todo eso a mí me llevó a intentar, a hacer un esfuerzo en el sentido de ver cuál es la razón fundamental que más allá de todos los cambios habidos en el país, los trabajadores, por tradición oral, porque el padre se lo dice, o lo que cuenta el abuelo, son mayoritariamente peronistas. Y la izquierda, más allá de los esfuerzos y los fuegos de artificio, y los planteos revolucionarios en abstracto, no tiene casi fuerza en el ámbito sindical. Lo cual tuvo también su aspecto negativo, porque eso permitió que algunos se hayan quedado con los sindicatos. De cualquier modo esa adhesión yo la ví en algunos familiares, de la parte de mi viejo por ejemplo, que era la que tenía menores ingresos. Mi tía por ejemplo no dejó nada cuando murió. Dejó una cartera y adentro estaba una foto de Borlenghi, porque ella había sido empleada de comercio, una foto de Evita, y algunos papeles, recortes de diarios referidos a cuando Borlenghi hablaba en algún lado, y la ley de jubilaciones. Eso era todo lo que tenía en la cartera. He intentado en el libro de Perón contarlo desde esa perspectiva. No tanto desde el aspecto institucional, que hoy por ejemplo pone muy nerviosa a la doctora Elisa Carrió, por su profesión de abogada e hija de un abogado, desde el punto de vista de si las instituciones funcionan. Por ahí las instituciones funcionan pero la gente se muere de hambre, ¿entonces? Si son instituciones que especialmente funcionan para que la distribución del ingreso sea desigual. Entonces yo apostaba desde aquel aspecto, el de la importancia que tiene en la gente de laburo las comisiones de fábrica.
- Su producción intelectual surge a partir de cuestiones familiares.
- Sí, sí. Además de lo familiar, también las experiencias que yo he tenido. Como contador, en este mismo lugar, tuve experiencias con gente de clase media aparentemente muy progresista, que inician una conversación diciendo que los sindicalistas son todos ladrones, y terminan diciendo "bueno, después le traigo una factura trucha del IVA"... [risas] Ese tipo no entiende. Sin justificar al sindicalista que sea ladrón, el que se hace sindicalista pega tal salto en su vida que puede manejar una secretaria, tener un auto, y el tipo se enloquece. Hay un gran propensión en cierta gente, especialmente cuando los proyectos colectivos desaparecen como aquí mismo, donde sabías que cada uno trataba de ganarse la personal. Entonces aparecen estos "gordos" robustos que le hacen el juego a Menem. Pero hubo otros que salieron a la lucha como los telefónicos y los de aerolíneas.

Papeles en blanco todavía aguardan la letra de Galasso, acaso buscando aquellas respuestas que a contrapelo de la historia pueden leerse y, especialmente, ensayarse en porvenires.
¡Gracias Maestro!

domingo, 18 de marzo de 2012

Del impulso interior a la escritura. Charla con Andrés Rivera






Lecturas de adicción

El hombre se asomó al final del pasillo. Una tenue claridad recortaba su figura en la entrada de su departamento, una mano apoyada en la pared, esperándome. De cerca, Andrés Rivera tiene rasgos definidos en su cara: pocas arrugas, poco pelo, ojos claros. Los pliegues laterales de sus labios parecen cruzarse, hacia arriba, en la unión de las cejas, cada vez que enciende un cigarrillo. Definen así una imagen singular: la del hombre pensando y pensándose.

En el departamento hay una mesa con varios libros apilados -leídos, la mayoría-, un cuaderno "Arte" donde escribe manualmente en tinta negra, y una navaja abierta. Rivera genera pausas, impensadamente, durante la tarea de encender un cigarrillo tras otro. El recorder registra entonces los chispazos fallidos, mientras ahueca una mano sobre un encendedor de bencina. Se toma su tiempo. Despacio. Listo. Click. Luego, el ademán amplio, el humo contenido en los pulmones y Rivera que apoya los brazos en la mesa, perfilando la mirada hacia la ventana. Primera bocanada de humo. Primeras palabras del escritor adicto a las lecturas.

“Habría que remontarse a medio siglo, o acaso más, para recordar mis primeras lecturas. Siendo chico existía una editorial que se llamaba Thor. De allí leí "Los Miserables" de Víctor Hugo: Jean Valjean, la tenaz persecución del inspector Javert, la prisión del primero, la manera en que luego obtiene la libertad, y cómo se convierte en un hombre poderoso a partir de adquirir fortuna. Con el tiempo me dí cuenta que eso daba razón a Carlos Marx, cuando decía que el dinero era el fetiche de la sociedad burguesa. Esa fue, para mí, una lectura ejemplar. Después, todo fue muy arbitrario como en cualquier aprendizaje de lectura. Pero hubo una mezcla entre los clásicos rusos, Turgueniev aparte (León Tolstoi, los cuentos de Anton Chéjov, "La Madre" de Máximo Gorki) y, luego, de la literatura norteamericana: de Mark Twain a Ernest Hemingway. Esa literatura ejerció sobre mí, durante muchísimo tiempo, una excepcional influencia, en particular William Faulkner. Por cierto que también ví en cine aquel cuento, tal vez el más difundido de Hemingway, "Los asesinos", donde trabajaba Burt Lancaster. La literatura y el cine son placeres predilectos para mí. Hasta que, creo, encontré mi propio tono en la escritura. Es decir, seguí leyendo a los norteamericanos -de los rusos conocemos muy poco, al menos yo-. Dashiell Hammett me parece un escritor notable, por ejemplo, al igual que Raymond Chandler. ¿Cómo accedí a esas lecturas? Simplemente porque soy tan adicto a ellas como otros lo son a las drogas: en forma creciente e ininterrumpida. Leer es un placer similar al orgasmo.”

Rivera sonríe, con aire distendido. Es pausado para hablar. Su voz tiene una entonación grave, y trata las palabras con un cuidado similar al de su escritura, en especial para cerrar sus impresiones sobre un tema.

“Hay una frase muy sabia de Borges al respecto. Decía que leer a los otros da más placer que escribir.”

No vinieron de su familia las primeras lecturas, sino que fue haciéndose un lector autodidacta, con inquietud curiosa. No por casualidad aquellas primeras novelas sociales dejarían fuertes señales en la obra de este escritor, que supo ser obrero cuando en nuestro país proliferaban las fábricas, durante los "Planes Quinquenales" de Perón. Desde allí Rivera también nos acerca otros planos, parciales, incompletos, de su retrato como lector.

“Tengo también algunas vivencias muy agradables como lector cuando era obrero textil en Villa Lynch. Tenía tres turnos la fábrica: de cinco a trece, de trece a veintiuna y de veintiuna a cinco. Una semana cada turno. Cuando me tocaba el turno noche podía leer, en ausencia del capataz, con mucha tranquilidad mientras atendía los dos telares que me estaban destinados. Compartía un matecocido con mis compañeros de fábrica, y terminaba las 8 horas de trabajo con 40 o 50 páginas de lectura. Es decir, era obrero y lector en aquel horario. Hoy, de aquellos autores, sólo releo fragmentos. Uno no se lee una biblioteca entera, entonces ¿cómo hace? Siempre digo que no soy creyente y, como lector, tengo un sólo pecado: no haber aprendido inglés. No leer a Shakespeare en el original, o a Walt Whitman, es mi pecado.”


Rivera de bolsillo

Andrés Rivera ha construido, como pocos, una literatura de ficción y una manera singular de acceder a nuestro pasado. Su narrativa condensa, magistralmente, profundidad histórica con una muy atractiva concisión para concebir ficciones en torno a personajes como Juan José Castelli, Juan Manuel de Rosas y José María Paz; tres de los más célebres que ha creado su pluma. Ha captado así la atención de muchos lectores, de distintas generaciones, y su obra ha tenido también reconocimiento, en especial a través del Premio Nacional de Literatura otorgado en 1992, luego del éxito editorial de "La revolución es un sueño eterno", libro que mereció trece reimpresiones del sello Alfaguara. Aquí, algunas notas de su oficio como escritor.

“Yo escribo para darme placer. Cuando ese placer desaparezca leeré a los otros con mucha más intensidad que ahora. En el tema de la creación, allí, una vez más, Faulkner. Él supo decir que cuando nace una historia se crea un impulso interior. Entonces si una «madre» se interpone entre esa historia y uno, hay que matar a la «madre». Es una metáfora, claro.”


Rivera escribe a mano en cuadernos, y puede decirse que mantiene un método propio a la hora de escribir, una arquitectura personal de su pulsión creadora.

“Son cuatro o cinco horas las que yo trabajo. Normalmente lo hago de mañana, cuando mis escasas neuronas están frescas. Y atiendo a una recomendación de Hemingway: cuando esas cuatro o cinco horas de trabajo están por finalizar, dejo iniciada una frase. Al día siguiente releo lo que escribí, corrijo y retomo esa frase que había iniciado. A veces puedo escribir tres o cuatro páginas de un cuaderno como ése -y señala un cuaderno «Arte»-; en otras, me quedo en esa página. Después, toda corrección es provisoria. Siempre. La revolución es un sueño eterno, hoy yo no la escribiría así. Corregiría ese texto. Porque tiene que ver con ese impulso interior, y con el momento que vive el que escribe. El momento político, social e ideológico.”

Acerca del oficio de escribir distintos autores confesaron sus percepciones. Roberto Juarroz pensaba que los libros que uno escribe no se terminan, sino que se abandonan. Jorge Luis Borges, por su parte, enviaba sus textos a la imprenta para no condenarse a reescribirlos. Para él cada escritor, en realidad, escribe un único libro a lo largo de su vida, cuyas partes envía a las editoriales. Eduardo Galeano comparó su tarea de escribir con la de un terrateniente que se conforma con lo mínimo indispensable: una chacrita. Para Julio Cortázar, la escritura era un campo de juego. En Rivera un impulso interior anima a su mano a romper la quietud de la hoja en blanco.

“Yo necesito para escribir un libro, además de ese impulso interior fundamental, tres elementos: el título, las primeras diez líneas y el final. El resto "llena el sandwich". El oficio de escritor es el más solitario del mundo. No es la fábrica que yo frecuenté, donde las decisiones se tomaban por unanimidad o por mayoría pero eran, en definitiva, colectivas. Aquí usted es el que decide. Y eso tiene que ver con cuánto usted aprendió y sigue aprendiendo de este oficio. Es decir, no importa cuánta lectura haya hecho. Siempre uno es aprendiz.”

Andrés Rivera suele utilizar la primera persona del singular cuando recrea a figuras de nuestra historia. Define sus obras como ficciones, sin tentarse demasiado en los tejidos cronológicos que suelen ubicar a esos personajes en el estático calabozo del pasado.

“No siempre mis ficciones tienen un contexto histórico definido. El hecho que uno sitúe la acción cien, cientocincuenta o doscientos años atrás, con algún protagonista que sea más o menos familiar a la sociedad argentina - Castelli, Rosas, Paz - no implica que sean novelas históricas. Ni el Castelli de La revolución..., ni el Juan Manuel de Rosas, protagonista de El farmer, durante el exilio en Inglaterra, ni El amigo de Baudelaire, que tiene que ver con los años de la generación del '80, son novelas históricas. Son personajes de ficción. Nunca investigué. Usted sabe tanto de Castelli como yo, o como cualquier chico de la escuela primaria o secundaria. ¿Qué se sabe de Castelli? Que fue miembro de la Primera Junta, y que fue enviado con el ejército que marchó al Alto Perú. Punto. De Rosas se sabe mucho más. De Paz, que derrotó a Quiroga en las batallas de La Tablada y Oncativo. Y así. Lo que disparó La revolución es un sueño eterno fue el hecho de que Castelli, a quien se llamó el "Orador de la Revolución", tenía un cáncer en la lengua. Consulté 22 libros de historia en ese entonces. No leí todos, sino aquellos fragmentos que aludían a Castelli. Y no me aportaron absolutamente nada. A partir de ese dato no volví a tocar libro alguno cuando se trataba de personajes que son más o menos conocidos por la sociedad argentina.”

Similar actitud mantiene Rivera en los relatos eróticos que enriquecen las búsquedas de esos personajes de ficción. ¿Son esos pasajes accesos humanistas a las figuras que trata, o una manera de desacartonarlas? Rivera no se inclina a respuestas maniqueas, y toma otro cigarrillo. Pregunta, antes de encenderlo: "¿y qué quiere decir humanista?" Escucha una respuesta, deja escapar el humo por la boca, y reflexiona:

“Veamos... Se sabe de Juan Manuel de Rosas que tuvo una mujer a su servicio, no una amante, que se llamó -creo- María Eugenia. Debía tener muchas más en tanto representante de los grandes hacendados bonaerenses. Y no me parece que el Rosas que conocemos desplegara su erotismo con nadie. Su erotismo estaba en los archivos, en su apego a la minuciosidad, en tomar nota sobre cómo opinaban las clases bajas y, en particular, los apellidos más encumbrados de la sociedad porteña. O sea, encontré lo erótico por esos detalles. Por ejemplo. Un personaje tan detestable como Hitler, que tenía una amante, Eva Braun, ¿cómo se lo imagina así? ¿Qué tipo de erotismo podía tener? Bueno, eso tiene que ver con la ficción. Y hay personajes, como Castelli, con quien tengo una relación de simpatía política, ideológica y humana, que tienen que resultar verosímil para usted, lector. Y eso demanda un trabajo redoblado.”

Afuera, una tórrida tarde de enero. Adentro, una brisa ingresa por la ventana, y el humo del cigarrillo que recorre la sala. Circula por los anaqueles con libros, donde hay una biografía de Juan Perón, un colección de la CEPAL, y un libro de conversaciones de Samuel Blixxen, entre muchos otros. Pequeños adornos y una vasija portapipas separan las pilas. Finalmente, el aire de afuera hace agitar una amarillenta historieta de Aldo Rivero: retrata a dos figuras humanas, de frente y a la par, una vestida con mameluco y gorra de operario, la otra de lentes, camisa y corbata. "Obrero" consigna el primer dibujo, y el siguiente "Sindicalista". En el sector opuesto hay una lámina enmarcada de "El Cuarto Poder" de Gustave Courbet.

“-Personalmente, ¿le cuesta ser Andrés Rivera?

-Me pone en situaciones que me acercan a la perplejidad. Suelo dar charlas en bibliotecas populares. En una oportunidad, se me acercó un adolescente, muy tímidamente, y me pidió que le firmara un libro. Se lo firmé. Era La revolución es un sueño eterno, y me dijo que ese libro le había cambiado la vida. ¿Cómo le iba a decir que ningún libro le cambia la vida a nadie?”

jueves, 15 de marzo de 2012

Perfiles de Ricardo Carpani. Charla con Doris Halpin


Acceder a la profundidad y la riqueza de Ricardo Carpani es una tarea monumental y descubridora. La temática obrera de los murales, las series de "Los desocupados", "Los amantes", el "Martín Fierro" y los "Porteños en la jungla" integran la profusa producción de este artista argentino en la plástica y también el ensayo artístico. Todo parece colarse por los pasillos y paredes del departamento de su compañera Doris Halpin, quien lo acompañó hasta su fallecimiento en 1997. Digo mal: lo acompaña, porque Carpani sigue existiendo a través de Doris. Ella ha tomado manos a la obra: dirige la Fundación Ricardo Carpani y ha conseguido de un banco algo trabajoso: una cuenta para realizar aportes modestos a la entidad y "alimentarse de pequeños fondos para que sea realmente de origen popular"; también está compilando los textos del artista para editar "Conversaciones con Ricardo Carpani", junto al registro audiovisual para un vídeo. Hay intensidad en la mirada de esta mujer de pelo blanco, de agudos ojos azules y voz pausada. No ha querido hablar de ella como artista; tampoco accedió a fotografiarse por su delicada sencillez. Nos regaló su palabra que perfila a Carpani haciendo del arte y la vida una sola cosa.

Arte como expresión y comunicación, más allá de las modas
  - En arte hay manifestaciones de alguna manera emparentada con la plástica, la literatura y la música que, por la forma que revisten, pretenden ser artísticas pero cuyo contenido no es transmisible por ser demasiadas subjetivas; y, además, por tener un mensaje no pasible de ser compartido, es decir, no son comunicación; entonces ¿qué son?-se pregunta Doris, que ha empezado a hablar sueltamente, esbozando una definición de obra de arte-. Entonces están esos críticos que «ayudan a comprender» la obra de arte, cuando ésta debe ser comprendida y aprehendida por el que la contempla, donde cada uno aporta su subjetividad a esa interpretación. Y si el mensaje no cierra, si lo que trata de transmitir no tiene una «razón de existencia» en el momento en que es producida por el artista, deja de cumplir lo que -para algunos- es la función del arte. No todo el mundo piensa de esta manera. Por ejemplo, la abstracción pura es una manifestación subjetiva, personal, que transmite una impresión, esto es, la expresión de una subjetividad que se encierra en sí misma. No hay transmisión de pensamiento, ni de contenido. Parece imbricado lo que estoy diciendo, pero desde ahí florecen las críticas absolutamente alambicadas, que parecen tener una carga enorme, «filosófica» o de contenido, que en realidad no transmiten nada. O, por el contrario, puede ocurrir como han hecho algunos pintores -es el caso de Rothko, por ejemplo- de grandes superficies de un color o de combinaciones de algunos de ellos. Los colores, de por sí, tienen una carga emocional, que no podemos negar, dejan una impresión en la persona que los mira. Pero no es una comunicación real; es apenas la utilización de un elemento con esa carga emocional. Entonces aparecen los críticos que tratan de dar a eso un contenido, expresando en palabras lo que la pintura nos debiera expresar. Es decir, le agregan contenidos que pueden ser arbitrarios o, como sucede con el arte conceptual, tratando de expresar lo que uno intentó hacer con la plástica: una plástica chueca

En ese sentido la figura de Ricardo Carpani es bien concreta: el arte como comunicación, en «ida y vuelta» con el espectador.
- Ricardo era taxativo: el arte es expresión y es comunicación. Solamente es expresión de la subjetividad del artista si no cuenta con ese esfuerzo adicional porque su mensaje tenga un contenido que, hay que aclarar, no siempre es el mismo. Es como dice Umberto Eco sobre la «obra abierta»: disponer de la necesaria ambigüedad para que las infinitas subjetividades encuentren un eco en ellas, pero no en el sentido de que su contenido pueda ser cualquiera. Si la pintura no tiene esa carga está sujeta a una interpretación unilateral, es decir, le falta riqueza al contenido. El esfuerzo por comunicarse denota la conexión con la realidad.

Es ésa la «conexión carpaniana». A propósito, ¿cuál es su impresión del aporte de Ricardo Carpani al arte contemporáneo argentino?
- Para muchos lo que diga quizá signifique parcialidad. Estimo que en Argentina no hay demasiados artistas que al mismo tiempo hayan teorizado sobre el arte. Prácticamente, desde mi óptica, en la década del '60 había dos artistas que lo hicieron: Luis Felipe Noé y Ricardo Carpani, con visiones diferentes, aunque no antitéticas, en sus aproximaciones. Ricardo pensaba el arte como expresión y comunicación y, siendo así, el sentido de esa comunicación llevaba hacia una mayor liberación del hombre. Para Carpani el arte expresaba la «realidad total», sin aislar este presente cargado de toda la historia pasada y, además, con una interpretación con proyecto de futuro. Y no ha habido casi otros artistas plásticos que hayan teorizado con la profundidad que ellos tuvieron. También teorizó Kemble, pero más relegado a «lo puramente artístico». Lo que ocurre, cada vez más y no sólo en Argentina, que el «arte» depende de las modas. Un teórico español, Marchán Fiz, explica que cuando una obra de arte deja de ser un valor de uso para convertirse en un valor de cambio, el artista «vale» tanto como su cotización en pesos. Y como los marchands y los museos tienen que ir renovando ofertas permanentemente, y es un negocio como cualquier otro, están las modas y los infinitos «ismos». Que son complicadísimos porque, fijáte vos, si te ponés a leer y a profundizar qué significó el impresionismo o el fauvismo, el cubismo o el simbolismo, leyendo los manifiestos de los artistas te encontrás con algunos de ellos que, en un momento dado parecían «los» representantes del arte simbólico, fueron derivando hacia un cubismo en otras etapas por ejemplo; o utilizan el fauvismo derivándolo hacia otro extremo. Pero todas esas no son más que parcializaciones, es decir, profundizar en un sentido marginando la totalidad. Entonces si uno empieza a dedicarse a las modas cada vez se va estereotipando más. Caemos casi en un lenguaje de sectas. Además, vos encontrás una cantidad de artistas permanentemente atentos a qué está de moda para permanecer en cartel. Y el artista termina vendiendo lo que nunca debiera vender: su imagen. Porque una cosa es vender un cuadro, que es la representación de una imagen que vos podés plasmar en una cantidad de sentidos, y otra cosa es vender tu imagen para estar a la moda, para los «entendidos», sin un mensaje transmitido por su sensibilidad. He conocido teóricos a quienes oí que el lenguaje no debe ser comunicación, y que no debe apelar a lo sensible. Lo más increíble es que, en general, en los plásticos el lenguaje específico no es el escrito u oral, por lo que no se expresan con el nivel de un verdadero literato, de un artista que escribe, sino que con un lenguaje parcial tratan de describir lo que no han podido expresar a través del lenguaje plástico. Son dos lenguajes diferentes el plástico y el literario que apelan a la sensibilidad de los individuos de manera diferente, lo cual no les resta jerarquía. El plástico, por empezar, tiene una transmisión visual y apunta, a través de formas y colores, de composiciones y de ritmos, a hacer llegar su mensaje a la gente.

 ¿Existe una misión del artista con su tiempo histórico?
  - Desde luego. Como Ricardo decía, no es que el artista se adelante a su época; cuando empiezan a soplar aires de cambio, el artista los expresa. Y eso refleja si el arte está comprometido o no con la realidad de su tiempo. Estaba leyendo, antes que vinieras, la crítica excelente de Córdova y Turburu a Juan Manuel Sánchez, Mario Mollari y a Ricardo cuando expusieron por primera vez, antes de fundar "Espartaco" [N. de R.: el movimiento artístico en el que se inició Carpani hacia 1958]. Apareció en una revista que dirigía Pedro Orgambide, "Gaceta Literaria", donde menciona el compromiso del artista, y de la relación de éste y su medio. Porque si no expresa lo que lo incumbe a él, ¿qué puede expresar entonces un artista? Ricardo decía que ser profesor de pintura no es enseñar a pintar, es decir, transmitir el estilo de uno, sino que es enseñar a ver. Porque si uno no ve, ¿qué es lo que va a pintar?
 

"Desocupados" 1959 - Óleo sobre tela
¿Y cómo surge un cuadro? ¿Cómo es el momento singular de la creación?
- Sabés que yo tengo una sensación totalmente a flor de piel (no sé si es real o no, no la he tratado de profundizar con gente que podría ayudarme), pero para mí el acto de creación de cualquier manifestación artística tiene algo de locura. Creo que hay algo del desborde de la locura en el arte cuando es genuino.

Y de la creación surge, también, el momento de la corrección, verdad?
- Carpani decía que cuando se termina un trabajo, uno ya sabía cómo hacerlo mejor. Estando satisfecho o no con un trabajo terminado es necesario guardar una distancia con respecto a la propia obra, porque después, con el tiempo, cuando se vuelven a observar las producciones de uno, a veces se encuentra que aquello que no satisfizo en su momento era más importante de lo que uno pensaba. O tenía más sentido de lo que uno creía. En otras palabras, es difícil pronunciarse con respecto al producto terminado cuando es el resultado de una creación. Porque uno gobierna parte de ese proceso, pero no todo. Cuando a Ricardo le preguntaban por qué las manos, amén por ser un elemento expresivo, es muy difícil para un artista genuino explicar en palabras lo que las formas y los contenidos de éstas expresan. Porque la obra no es sólo una expresión del artista, sino también una interpretación del que lo mira. Entonces está sujeto a una infinidad de subjetividades, y va a depender de cada mirada el contenido real, final y concreto dado a esa obra, y del momento en que se la realiza. "Hay una parte que controlo", decía Ricardo. Añadía, si le preguntaban qué quería representar: "la dignidad del hombre en esa tensión entre su conocimiento amargo de la realidad, y su necesidad de transformarla y humanizarla". Y la obra de Carpani ha sido pintar esa dignidad. No trató de pintar los lados «oscuros» de la realidad: nunca pintó la tortura, ni al aldeano pobre y subsumido. Siempre pintó al hombre que está dispuesto a combatir, al hombre en lucha.

"Huelga" 1960 - Óleo sobre tela

Un lenguaje personal de vanguardia
 
Doris se maneja segura entre la pila de libros y hojas que nos separan mientras registramos la charla. Cuando lo necesita estira una mano y encuentra libros que muestra y hojea para completar mejor sus afirmaciones. Contra una pared hay apilados otros tantos, cuyos títulos se pierden a lo largo de la sala. A un lado de donde estoy alcanzo a leer algunos lomos: "Evita, la tumba sin paz", otro con el título "Carpani", "Una sociedad colonial avanzada" de Luis Felipe Noé, y "El Príncipe" de Nicolás Maquiavelo. Hacia adentro, en el living, hay un sillón que está frente a un televisor, rodeado de estatuas del artista.

¿Estima que recibió un reconocimiento la trayectoria de Ricardo Carpani?
¿Por parte de quién? Desde el establishment fue muy poco reconocida. Carpani es uno de los pocos pintores argentinos que tiene un lenguaje particular, personal, muy diferente y muy «nuestro», sin ser «nacionalista» claro está. Gutiérrez Zaldívar siempre decía que era un caso único en la pintura argentina porque no se parecía más que a sí mismo; y, además, profundamente porteño. Para él era importante el tema de la identidad. Por otra parte, en el manifiesto de "Espartaco" argumentaban que el muralismo era una forma de arte social, que está a la vista y al alcance de todos. La pintura de caballete, que es una obra que normalmente en posesión de alguien, que la tiene guardada en un ámbito cerrado, ya no cumple la misma función. Desde el punto de atención por la población en general, fue considerado muy importante, a tal punto que los trabajadores se consideraban expresados por él, así como en los sectores estudiantiles y universitarios.

¿Se resentía por aquella recepción?
- Resentirse no; era consciente de ello. Por ejemplo, recuerdo que hubo una fundación que se dirigió a Glusberg solicitando una muestra de Carpani en el Museo de Bellas Artes, y éste señor fue taxativo, tanto en esa instancia como en un Museo de Bellas Artes del Interior; había una cuestión personal: este señor decía que era «mal artista». Carpani jamás expondría mientras estuviera él. Y me pregunto, ¿qué significa ser «mal» o «buen» artista? ... Y resulta que hay mucha gente que se reconoce en la pintura de Carpani. No es un pintor que esté todos los días en la prensa, sin embargo cuando murió apareció en primera plana. La obra de Carpani ha sido por eso «divisoria de aguas»: la quieren y la adoran, o la odian y la execran. Pero cuando tratan de minimizar su obra lo hacen con argumentos ridículos. Lo tildan de «anacrónico», por ejemplo. ¿Qué significa? ¿Y qué significa «vanguardia»? Le decían que estaba considerado «académico». Absurdo. Un académico está sujeto a normas institucionales, y nadie que analice a Carpani puede llegar a eso con la enorme deformación de la figura humana que produce. Pero además hay otro nivel: cuando se forma el grupo "Espartaco", en los años '57 y '58, ellos le asignan un contenido social e ideológico a sus obras. Y resulta que cuando se pone de moda el «Mayo Francés» y la revolución, todo el mundo se pone a hacer arte político. "Nosotros lo hacíamos diez años antes", decía Ricardo. ¿Y quiénes eran, entonces, «anacrónicos» y quiénes «vanguardia»? La vanguardia, en última instancia, éramos nosotros, los que propugnábamos un arte político, que despertara conciencias y movilizara.
"Amantes de pie" 1968/1986 - Óleo sobre tela
Carpani polemista
Ricardo Carpani fue mentor de un arte de resistencia, que desde sus manos buscó plasmar la utopía consecuente hacia una mayor liberación humana. Su visión artística e ideológica le remitió discusiones, variadas e intensas, que lo perfilan más finamente como juez y parte en cada disenso planteado.
El Di Tella (o la vanguardia colonizada)

- Si pensás en la década del '60 y analizás las posiciones encontradas vas a tener, por un lado, todo lo que significaba el Di Tella, y por el otro todo lo que significaban aquellas apuestas a un arte más popular. Aquella institución estaba patrocinada, entre otras, por la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford. Y todo la lucha de ese momento era para bregar que el arte argentino no estuviera colonizado. No soy la única en decirlo: están los escritos de Andrea Giunta que defienden el proyecto del ditelliano. Nadie pone millones de dólares sin una finalidad específica. Y en las artes plásticas eso fue más evidente que en otras, porque en la música, por ejemplo, estaba al frente Ginastera, cuya música era, de alguna manera, «nuestra». En teatro, por su lado, surgieron Les Luthiers que tenían un contenido crítico. Pero en plástica no: fue un intento de Romero Brest de internacionalizar nuestra cultura, en función de adoptar las modas que tenían vigencia en EE.UU. durante esos momentos. En ésto tuvieron que ver aquellas dos fundaciones que mencioné. Se estaba librando entonces, sobre todo en Europa, una especie de contienda ( hay que leer el libro de Francis Stonor Saunders "La CIA y la guerra fría cultural") entre el arte «de liberación» (de EE.UU. y Europa) y el arte soviético, también «dirigido», del «realismo socialista». De parte de los norteamericanos hubo dinero canalizado a través de fundaciones como la Rockefeller Fundation y la Ford Fundation, y en su libro Stonor Saunders menciona que esto se dirimió por Europa: había que desplazar a París como centro artístico. Entonces, en ese enfrentamiento entre el arte soviético y el titulado «arte liberado» (tan manejado y dirigido como el primero), el Di Tella representa un intento de colonización de nuestro arte, de hegemonizar culturalmente. Contra eso había aires de compromiso por el cambio en la década del '60, ¡hasta en las letras de los Beatles! Recordemos que cuando se produce el «Mayo Francés» antes habían existido movimientos estudiantiles y universitarios en varios países: en la España bajo el franquismo, en Italia, en Alemania. Pero acá se puso de moda el «Mayo Francés».
Hay un libro de Jean Clair -que fue director del Museo Pablo Picasso-, "La responsabilidad del artista", donde un capítulo lo titula "las vanguardias entre el terror y la razón". Es muy importante. En éste dice: «La pregunta sigue planteada: ¿cómo es posible que entre todas las ideologías de nuestro siglo, sea la vanguardia la única que no ha sabido afrontar la crítica? Sigue engalándose a la vez con el prestigio de la revuelta individual y con el de la contribución del progreso al bien común. Institucionalizada y funcionalizada, auténtica querida de los programas institucionales de desarrollo cultural, sin embargo aún pretende encarnar el espíritu de insumisión ante el poder establecido. ¿De dónde la permanencia de tan extraño privilegio? Porque no se trata de subversión de valores establecidos. Ningún estado ha subvencionado nunca la subversión de sus propios valores.» Encuentra sorprendente entonces que las instituciones estén patrocinando a esos grupos que se supone intentan subvertirlas. Son vanguardias institucionales. Por eso, en el ambiente artístico el poder no es el estado; es privado. Cuando Romero Brest deja el Museo de Bellas Artes -que no lo deja del todo- y dirige el Instituto Di Tella-, Ricardo escribió un artículo titulado "El inicio de la privatización del arte". Y fue así.
[ N. de R.: Doris se llama ahora a silencio para hilar palabras a su pensamiento. A fin de cuentas, en ella también Carpani, el arte y la vida son una sola cosa. Y vive en este tiempo..]
- ¿Cómo te podría decir? No estoy en contra de las vanguardias, creo que tienen que existir, son las que van perfilando los cambios. Lo que pasa es que existe algo más que la vanguardia. Están aquellos artistas que tienen un interés en representar su realidad; están los que la quieren hacer desde un nivel artístico-técnico excelente. Hay una faz técnica y otra creativa; ninguna debe gobernar a la otra. Pero tienen que existir el nivel y la calidad artísticas. Una política de estado en lo cultural debiera entonces generar las condiciones para que el talento pueda desarrollarse, nunca con un sentido comercial, ni permitiendo que el «mercado» sea el que fije los valores; debiera democratizar también al máximo las posibilidades de formación y educación del individuo, para que se exprese libremente. Al mismo tiempo, no comprometer el nivel técnico para una «mayor comprensión» por parte de las clases populares; esto es falso: hay una aproximación sensible a la obra de arte. En Europa, por ejemplo, existe la vanguardia y se la venera como aquí. Y esto no es casualidad. Pero cuando expone un pintor del nivel de Lucien Freud, se moviliza la mitad de la sociedad, hay colas inmensas, mucho más que para las vanguardias. A ésta concurre un público estereotipado, snob; en las otras están todos. Y me da rabia porque eso no ocurre aquí. Si te fijás en las exposiciones que se hicieron en el Museo de Bellas Artes, algunas eran de vergüenza.

Los grupos armados en el '74
 
Doris y Carpani partieron a Europa durante julio de 1974. Por entonces Juan Domingo Perón, en su tercera presidencia, había tildado de "imberbes" y de "estúpidos que gritan" a los Montoneros en la Plaza de Mayo durante el acto por el Día del Trabajo. Perón había hecho su trabajo: los había mimado mientras el peronismo estuvo proscripto, y los había expulsado cuando alcanzó el poder. Montoneros entonces desentierra las armas. Estaban de lanzas rotas con el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), que había organizado el foco rural en Tucumán el año anterior. Perón muere el 1º de julio, y en los dos meses posteriores la "Triple A" (Alianza Anticomunista Argentina) provocaría un asesinato cada 19 horas. El régimen avanzaba a piso firme hacia la derecha. La guerrilla, por su parte, tenía agentes en Europa buscando apoyo internacional. Estaban en la clandestinidad y denunciaban la represión ilegal a la que eran sometidos. Recurren al Tribunal Russell de Inglaterra donde discrepan con el análisis de Doris y Carpani.
- Cuando llegamos a Europa, en julio del '74, Ricardo fue a Suecia porque tenía una exposición, y yo viajé a Inglaterra. Entrevistamos a las autoridades de la Fundación Russell para interesarlos en que incluyeran en los temas del Tribunal Russell, que tendría lugar en Estocolmo, el tema de la persecución política en Argentina. Nosotros no habíamos decidido exiliarnos aún, sólo habíamos salido por cuatro meses. Recuerdo que teníamos ganas de volver, pero ya había empezado la debacle institucional. Ricardo creía que el factor de cambio era la clase trabajadora y ésta, obviamente, no podía darse el «lujo» de estar en la clandestinidad; eran los sujetos más expuestos, los que hacían el trabajo de base. Él iba en representación de la CGT de los Argentinos y quería poner en evidencia la persecución que sufrían los militantes sindicales. Algo que no tenían demasiado claro en Europa.

"Dios es argentino" 1993 -Grafito sobre papel

El mural "Martín Fierro" y los indultos de Menem

Los '90 consagraron una verdadera "década infame" en torno a los derechos humanos: del "Nunca Más" y el Juicio a las Juntas Militares de 1985, se pasó en poco tiempo a leyes y decretos, sancionados por gobiernos radicales y justicialistas, que dejaron impunes el genocidio de la última dictadura. En ello participaron las tristemente célebres normas de "Punto Final" y "Obediencia Debida" de 1987 -derogadas en 2000 y anuladas por el gobierno de Kirchner-, y los indultos de Carlos Menem de 1989/90. En este contexto Carpani es convocado para decorar la Casa Rosada. La obra se llama «Martín Fierro».
- Esa obra está en la casa de gobierno (y se la ubicó en la antesala del despacho del Vicepresidente, que es un espacio estrecho); eran siete paneles de un metro cada uno que debían mirarse desde una distancia de metro y medio. Pero, ¡está colgado! Fue en el año '89, cuando asumió Carlos Menem. Y hubo mucha discusión, porque había gente que pensaba que hacer un mural para la Casa Rosada era hacerlo para Menem. A tanto se llegó que hasta hubo una reunión en la que se trató de convencer a Ricardo de que no debía estar ahí. Los que querían convencerlo estaban haciendo una cuestión partidista. Lo que decía Carpani era que había que tener claro que el mural no era para Menem, sino para la casa del gobierno de la república. Y él merecía realmente estar en un lugar público así, ya que toda su obra había estado diseñada para llevar mensajes a los grupos más desposeídos, a los trabajadores, y no al establishment. No importaba que estuviera Menem. Recuerdo que querían publicar una solicitada execrando la oferta. Ricardo aclaró que si bien no compartía las decisiones de Menem en torno a los indultos, lo que estaba haciendo no era para el gobierno sino para la Casa Rosada. Y su mensaje lo hizo con el «Martín Fierro». Como supo decir Horacio Verbistky, Carpani «tocaba» una canción que era «nuestra» y no la de «los otros». Había una intencionalidad en el tema. A Ricardo la primera parte del «Martín Fierro» le atraía, en especial ese canto al gaucho desposeído. Venía trabajando el tema desde los años '60 (La primera vez que ilustra y se publica un «Martín Fierro» es en el '65). Ése, al igual que "los desocupados", "los amantes" son temas que él desarrola en toda su trayectoria.

"Mural para la Casa Rosada" 1989/1990 - Acrílico sobre tela(detalle)

Con la mira en la lucha

La estética carpaniana es la del "hombre en lucha" como sugiere Doris; algo apreciable en nuestros días en las movilizaciones piqueteras, cuya construcción de poder aún es tema de estudio entre los sociólogos y científicos sociales. «Arte y compromiso por el cambio social», como sugería la ética de Carpani.
- En este momento la problemática piquetera está sobre el tapete. Últimamente salió un artículo excelente de José Nun en "Página/12" sobre este tema. Es como si existiera una incomprensión intencionada de la clase media. Para ser clara: el chofer de taxi, que se ve impedido en su trabajo normal, despotrica contra el piquetero; pero en un día de lluvia, o con mucho tránsito, también padece los mismos problemas. No hay quejas. Se olvidan que nuestra Constitución establece que el estado debe "promover el bienestar general". Es decir, es su obligación que no ha cumplido el Estado. Aclaro que como movimientos políticos, tienen toda la razón de ser; pero personalmente no estoy de acuerdo con algunas organizaciones piqueteras. Los piqueteros, a diferencia de los trabajadores, no pueden organizar huelgas; organizan piquetes. Y lo que gestionan es conseguir trabajo; en otras palabras, es difícil no estar de acuerdo con sus reclamos. Pero en este momento, dada la situación a la que hemos llegado, no tiene sentido aspirar a disolver el Estado. Esto podría ser funcional a la reacción. Cuando aparece un gobierno que está pintando tener más en cuenta los intereses populares, es el momento de esperar. Porque uno sabe que el establishment es muy fuerte, y la relación de fuerzas es muy desigual. La manifestación popular tiene que existir, pero responsablemente. Recuerdo que nadie se quejaba por quienes rompían vidrios en los bancos; parecía muy «lógico». Y ahora, en nuestra clase media, aparece el «enano fascista» nuevamente ... Y qué podría ser más funcional a una derecha, en la Argentina actual, que un movimiento piquetero que cree tomar el poder ocupando la casa de gobierno.

Carpani a través de la ilusión, las dudas y los interrogantes

- En la Fundación Russell estaba Gabriel García Márquez. Y ante un comentario de Ricardo, aquel le respondió «-No se preocupen, muchachos. Los latinoamericanos nunca terminamos de llegar a Europa.». No puedo olvidar ese comentario. Nunca terminamos de «llegar» a otro lugar.
La cronología va y viene en la charla, sin sentido más que para situar la memoria y, en ésta, a uno mismo. A Doris y a Carpani en este caso, durante sus diez años de residencia en Europa como exiliados. Aunque Doris sea muy sensible a tratar el tema que, a pesar del tiempo transcurrido, pareciera ser tabú en la intelectualidad argentina. Por eso ella advierte:
- No quisiera exponer el tema como decidiendo «quién más y quién menos hizo», porque son discusiones absolutamente abyectas. El exilio era duro, pero la gente que quedó acá la pasó fatal. Ricardo dejó de «existir» en Europa porque tenía un sobrino en Argentina que se llamaba como él, y entonces no militó a costillas de su familia. Si bien al principio hizo unas declaraciones públicas, después ya no.

Me viene a la memoria la polémica entre Ernesto Sábato y Osvaldo Bayer acerca de la condición del intelectual en aquella situación.
- Ernesto Sábato, para mí, ha sido contradictorio; es una opinión personal. Él en un momento dado va a Europa, con Jorge Asís, para hacer una campaña en contra de Julio Cortázar. Escuché hace poco opinar sobre la intervención de Cortázar, de alguna manera minimizándolo: "desde afuera era fácil hacer". No. Cortázar tenía un enorme prestigio literario en Europa, que lo pone al servicio de la defensa de los derechos humanos, estaba al frente de la Comisión Argentina por los Derechos Humanos, fue un año a Nicaragua con Carol Dunlop, y prácticamente dejó de escribir para apoyar los proyectos revolucionarios. Es muy distinto adquirir reputación en función de actuar por los derechos humanos a, como el caso de Cortázar, poner el renombre que él tenía al servicio de esa causa. O sea, no fue fácil. No me enojé por esto, sino que me enojé conmigo por «gallina», porque no me levanté a decir que no estaba de acuerdo en nada. Y era, también, suscitar una discusión muy intensa en aquella época. Algunos exiliados ayer hablaban del «exilio interno» con cierto desprecio. Pero había que estar aquí adentro para saber de qué se trataba caminar por las calles y que te empezara a seguir un auto. No puede discutirse entonces quiénes hicieron más y quiénes menos. Cada uno hizo desde su lugar lo posible, tanto allá como acá.

¿Dolió el exilio en Carpani?
- Lo sufrió mucho porque él aquí siempre estaba en la calle. O sea que padeció el tránsito de ser un significante para cualquier persona que caminase por la calle, para las clases populares, a «no existir». Desde ahí, entonces, hubo un replanteo, que también fue positivo a pesar del exilio. Le permitió una mayor libertad para experimentar algo que había abandonado en Buenos Aires en función de la militancia.

Es durante el exilio que las obras de Carpani empiezan a ser más «barrocas» o «manieristas», si caben los términos.
- Sí, él habla de eso. Un psicólogo amigo le sugirió una división en tres períodos de su obra: el período de "la ilusión" - entendida como certeza - de que la revolución era posible y estaba a la vuelta de la esquina; el período de "la duda" durante el exilio, que significa el replanteo de las metodologías, mas no de la utopía. Y, agregaba Carpani, a la duda corresponde «lo barroco». Finalmente, el período de "los interrogantes". Cuando Ricardo regresa no se encontró con el país que pensaba; había «glamourizado» lo que había acá a tal punto, que hasta nuestra oligarquía era mejor que la española. [Risas] Regresa a este país, que había sido muy solidario, y lo encuentra convertido en uno insolidario. Los milicos tuvieron muchísimo éxito. Fueron diez de exclusión y de erradicación de la memoria. Entonces tomó esas criaturas que había creado en el exilio, las de la "Serie Tango" y la de "Los que están solos y esperan", y las puso en esta jungla, repleta de animales feroces y alimañas. Y en el período de "los interrogantes" quien se cuestiona no se entrega.

"Desnudo" 1992 - Acrílico sobre tela


¿Cuándo surgió la idea de la Fundación?
- Ya habíamos empezado a hablar de la fundación con Ricardo. Él tenía mucha preocupación por saber qué iba a pasar con su obra, porque no quería que lo más importante terminara en colecciones particulares o en casas privadas. Quería que fuera una cosa más pública, puesto que para eso había intentado hacer un arte público.

Bien, para finalizar, debo confesarle que tenía la intención de hablar más sobre usted como artista.
- Yo no soy nadie. Voy a ser en la medida en que Ricardo Carpani sea lo que era en este país, que destruye a su propia gente. No quiero para él lo que sucede con Leopoldo Marechal, por ejemplo. Quiero que siga existiendo. Soy en la medida en que consiga eso; cuando lo logre hablaré entonces de lo que hice yo.