domingo, 18 de marzo de 2012

Del impulso interior a la escritura. Charla con Andrés Rivera






Lecturas de adicción

El hombre se asomó al final del pasillo. Una tenue claridad recortaba su figura en la entrada de su departamento, una mano apoyada en la pared, esperándome. De cerca, Andrés Rivera tiene rasgos definidos en su cara: pocas arrugas, poco pelo, ojos claros. Los pliegues laterales de sus labios parecen cruzarse, hacia arriba, en la unión de las cejas, cada vez que enciende un cigarrillo. Definen así una imagen singular: la del hombre pensando y pensándose.

En el departamento hay una mesa con varios libros apilados -leídos, la mayoría-, un cuaderno "Arte" donde escribe manualmente en tinta negra, y una navaja abierta. Rivera genera pausas, impensadamente, durante la tarea de encender un cigarrillo tras otro. El recorder registra entonces los chispazos fallidos, mientras ahueca una mano sobre un encendedor de bencina. Se toma su tiempo. Despacio. Listo. Click. Luego, el ademán amplio, el humo contenido en los pulmones y Rivera que apoya los brazos en la mesa, perfilando la mirada hacia la ventana. Primera bocanada de humo. Primeras palabras del escritor adicto a las lecturas.

“Habría que remontarse a medio siglo, o acaso más, para recordar mis primeras lecturas. Siendo chico existía una editorial que se llamaba Thor. De allí leí "Los Miserables" de Víctor Hugo: Jean Valjean, la tenaz persecución del inspector Javert, la prisión del primero, la manera en que luego obtiene la libertad, y cómo se convierte en un hombre poderoso a partir de adquirir fortuna. Con el tiempo me dí cuenta que eso daba razón a Carlos Marx, cuando decía que el dinero era el fetiche de la sociedad burguesa. Esa fue, para mí, una lectura ejemplar. Después, todo fue muy arbitrario como en cualquier aprendizaje de lectura. Pero hubo una mezcla entre los clásicos rusos, Turgueniev aparte (León Tolstoi, los cuentos de Anton Chéjov, "La Madre" de Máximo Gorki) y, luego, de la literatura norteamericana: de Mark Twain a Ernest Hemingway. Esa literatura ejerció sobre mí, durante muchísimo tiempo, una excepcional influencia, en particular William Faulkner. Por cierto que también ví en cine aquel cuento, tal vez el más difundido de Hemingway, "Los asesinos", donde trabajaba Burt Lancaster. La literatura y el cine son placeres predilectos para mí. Hasta que, creo, encontré mi propio tono en la escritura. Es decir, seguí leyendo a los norteamericanos -de los rusos conocemos muy poco, al menos yo-. Dashiell Hammett me parece un escritor notable, por ejemplo, al igual que Raymond Chandler. ¿Cómo accedí a esas lecturas? Simplemente porque soy tan adicto a ellas como otros lo son a las drogas: en forma creciente e ininterrumpida. Leer es un placer similar al orgasmo.”

Rivera sonríe, con aire distendido. Es pausado para hablar. Su voz tiene una entonación grave, y trata las palabras con un cuidado similar al de su escritura, en especial para cerrar sus impresiones sobre un tema.

“Hay una frase muy sabia de Borges al respecto. Decía que leer a los otros da más placer que escribir.”

No vinieron de su familia las primeras lecturas, sino que fue haciéndose un lector autodidacta, con inquietud curiosa. No por casualidad aquellas primeras novelas sociales dejarían fuertes señales en la obra de este escritor, que supo ser obrero cuando en nuestro país proliferaban las fábricas, durante los "Planes Quinquenales" de Perón. Desde allí Rivera también nos acerca otros planos, parciales, incompletos, de su retrato como lector.

“Tengo también algunas vivencias muy agradables como lector cuando era obrero textil en Villa Lynch. Tenía tres turnos la fábrica: de cinco a trece, de trece a veintiuna y de veintiuna a cinco. Una semana cada turno. Cuando me tocaba el turno noche podía leer, en ausencia del capataz, con mucha tranquilidad mientras atendía los dos telares que me estaban destinados. Compartía un matecocido con mis compañeros de fábrica, y terminaba las 8 horas de trabajo con 40 o 50 páginas de lectura. Es decir, era obrero y lector en aquel horario. Hoy, de aquellos autores, sólo releo fragmentos. Uno no se lee una biblioteca entera, entonces ¿cómo hace? Siempre digo que no soy creyente y, como lector, tengo un sólo pecado: no haber aprendido inglés. No leer a Shakespeare en el original, o a Walt Whitman, es mi pecado.”


Rivera de bolsillo

Andrés Rivera ha construido, como pocos, una literatura de ficción y una manera singular de acceder a nuestro pasado. Su narrativa condensa, magistralmente, profundidad histórica con una muy atractiva concisión para concebir ficciones en torno a personajes como Juan José Castelli, Juan Manuel de Rosas y José María Paz; tres de los más célebres que ha creado su pluma. Ha captado así la atención de muchos lectores, de distintas generaciones, y su obra ha tenido también reconocimiento, en especial a través del Premio Nacional de Literatura otorgado en 1992, luego del éxito editorial de "La revolución es un sueño eterno", libro que mereció trece reimpresiones del sello Alfaguara. Aquí, algunas notas de su oficio como escritor.

“Yo escribo para darme placer. Cuando ese placer desaparezca leeré a los otros con mucha más intensidad que ahora. En el tema de la creación, allí, una vez más, Faulkner. Él supo decir que cuando nace una historia se crea un impulso interior. Entonces si una «madre» se interpone entre esa historia y uno, hay que matar a la «madre». Es una metáfora, claro.”


Rivera escribe a mano en cuadernos, y puede decirse que mantiene un método propio a la hora de escribir, una arquitectura personal de su pulsión creadora.

“Son cuatro o cinco horas las que yo trabajo. Normalmente lo hago de mañana, cuando mis escasas neuronas están frescas. Y atiendo a una recomendación de Hemingway: cuando esas cuatro o cinco horas de trabajo están por finalizar, dejo iniciada una frase. Al día siguiente releo lo que escribí, corrijo y retomo esa frase que había iniciado. A veces puedo escribir tres o cuatro páginas de un cuaderno como ése -y señala un cuaderno «Arte»-; en otras, me quedo en esa página. Después, toda corrección es provisoria. Siempre. La revolución es un sueño eterno, hoy yo no la escribiría así. Corregiría ese texto. Porque tiene que ver con ese impulso interior, y con el momento que vive el que escribe. El momento político, social e ideológico.”

Acerca del oficio de escribir distintos autores confesaron sus percepciones. Roberto Juarroz pensaba que los libros que uno escribe no se terminan, sino que se abandonan. Jorge Luis Borges, por su parte, enviaba sus textos a la imprenta para no condenarse a reescribirlos. Para él cada escritor, en realidad, escribe un único libro a lo largo de su vida, cuyas partes envía a las editoriales. Eduardo Galeano comparó su tarea de escribir con la de un terrateniente que se conforma con lo mínimo indispensable: una chacrita. Para Julio Cortázar, la escritura era un campo de juego. En Rivera un impulso interior anima a su mano a romper la quietud de la hoja en blanco.

“Yo necesito para escribir un libro, además de ese impulso interior fundamental, tres elementos: el título, las primeras diez líneas y el final. El resto "llena el sandwich". El oficio de escritor es el más solitario del mundo. No es la fábrica que yo frecuenté, donde las decisiones se tomaban por unanimidad o por mayoría pero eran, en definitiva, colectivas. Aquí usted es el que decide. Y eso tiene que ver con cuánto usted aprendió y sigue aprendiendo de este oficio. Es decir, no importa cuánta lectura haya hecho. Siempre uno es aprendiz.”

Andrés Rivera suele utilizar la primera persona del singular cuando recrea a figuras de nuestra historia. Define sus obras como ficciones, sin tentarse demasiado en los tejidos cronológicos que suelen ubicar a esos personajes en el estático calabozo del pasado.

“No siempre mis ficciones tienen un contexto histórico definido. El hecho que uno sitúe la acción cien, cientocincuenta o doscientos años atrás, con algún protagonista que sea más o menos familiar a la sociedad argentina - Castelli, Rosas, Paz - no implica que sean novelas históricas. Ni el Castelli de La revolución..., ni el Juan Manuel de Rosas, protagonista de El farmer, durante el exilio en Inglaterra, ni El amigo de Baudelaire, que tiene que ver con los años de la generación del '80, son novelas históricas. Son personajes de ficción. Nunca investigué. Usted sabe tanto de Castelli como yo, o como cualquier chico de la escuela primaria o secundaria. ¿Qué se sabe de Castelli? Que fue miembro de la Primera Junta, y que fue enviado con el ejército que marchó al Alto Perú. Punto. De Rosas se sabe mucho más. De Paz, que derrotó a Quiroga en las batallas de La Tablada y Oncativo. Y así. Lo que disparó La revolución es un sueño eterno fue el hecho de que Castelli, a quien se llamó el "Orador de la Revolución", tenía un cáncer en la lengua. Consulté 22 libros de historia en ese entonces. No leí todos, sino aquellos fragmentos que aludían a Castelli. Y no me aportaron absolutamente nada. A partir de ese dato no volví a tocar libro alguno cuando se trataba de personajes que son más o menos conocidos por la sociedad argentina.”

Similar actitud mantiene Rivera en los relatos eróticos que enriquecen las búsquedas de esos personajes de ficción. ¿Son esos pasajes accesos humanistas a las figuras que trata, o una manera de desacartonarlas? Rivera no se inclina a respuestas maniqueas, y toma otro cigarrillo. Pregunta, antes de encenderlo: "¿y qué quiere decir humanista?" Escucha una respuesta, deja escapar el humo por la boca, y reflexiona:

“Veamos... Se sabe de Juan Manuel de Rosas que tuvo una mujer a su servicio, no una amante, que se llamó -creo- María Eugenia. Debía tener muchas más en tanto representante de los grandes hacendados bonaerenses. Y no me parece que el Rosas que conocemos desplegara su erotismo con nadie. Su erotismo estaba en los archivos, en su apego a la minuciosidad, en tomar nota sobre cómo opinaban las clases bajas y, en particular, los apellidos más encumbrados de la sociedad porteña. O sea, encontré lo erótico por esos detalles. Por ejemplo. Un personaje tan detestable como Hitler, que tenía una amante, Eva Braun, ¿cómo se lo imagina así? ¿Qué tipo de erotismo podía tener? Bueno, eso tiene que ver con la ficción. Y hay personajes, como Castelli, con quien tengo una relación de simpatía política, ideológica y humana, que tienen que resultar verosímil para usted, lector. Y eso demanda un trabajo redoblado.”

Afuera, una tórrida tarde de enero. Adentro, una brisa ingresa por la ventana, y el humo del cigarrillo que recorre la sala. Circula por los anaqueles con libros, donde hay una biografía de Juan Perón, un colección de la CEPAL, y un libro de conversaciones de Samuel Blixxen, entre muchos otros. Pequeños adornos y una vasija portapipas separan las pilas. Finalmente, el aire de afuera hace agitar una amarillenta historieta de Aldo Rivero: retrata a dos figuras humanas, de frente y a la par, una vestida con mameluco y gorra de operario, la otra de lentes, camisa y corbata. "Obrero" consigna el primer dibujo, y el siguiente "Sindicalista". En el sector opuesto hay una lámina enmarcada de "El Cuarto Poder" de Gustave Courbet.

“-Personalmente, ¿le cuesta ser Andrés Rivera?

-Me pone en situaciones que me acercan a la perplejidad. Suelo dar charlas en bibliotecas populares. En una oportunidad, se me acercó un adolescente, muy tímidamente, y me pidió que le firmara un libro. Se lo firmé. Era La revolución es un sueño eterno, y me dijo que ese libro le había cambiado la vida. ¿Cómo le iba a decir que ningún libro le cambia la vida a nadie?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario